Los centinelas vigilan, los revolucionarios conspiran, las calles están vacÃas. La ciudad se ha dormido al ritmo monocorde de la lluvia; las aguas de la bahÃa, viscosas de petróleo, lamen, lentas, los muelles. Un marinero tropieza, discute con un farol, erra el golpe. Al pie del cerro, arde como siempre la llama de la refinerÃa. El marinero cae de bruces sobre un charco. Ésta es la hora de los náufragos de la ciudad y de los amantes que se tienen ganas. La lluvia arrecia. Llueve (...)