El dÃa de difuntos salió muy de mañana a misa una linda beata, que la noche anterior, según es costumbre en la noche de Todos los Santos, se habÃa regalado, comiendo puches con miel y muchas castañas cocidas.
Como era muy temprano y apenas clareaba el dÃa, la calle por donde iba la beata estaba muy sola. Asà es que ella, sin reprimirse, con el más libre desahogo y hasta con cierta delectación, lanzaba suspiros traidores y retumbantes, y cada vez que lanzaba uno, decÃa (...)