Un amigo, cansado de reuniones de trabajo en las que se hablaba mucho y se decÃa poco, decidió amenizarlas pactando con un compañero el siguiente desafÃo: aquel que a lo largo de una sesión repitiera más veces el circunloquio nada más lejos de mi intención serÃa invitado por el otro a comer.
Las reuniones, hasta entonces de duración insufrible, pasaron a alargarse inexplicablemente para el jefe, que asistÃa receloso al súbito interés de dos trabajadores que no cesaban de (...)