En la cámara de torturas, lo interrogó el enviado del rey. -¿Quiénes son tus cómplices?- le preguntó.
Y Tupac Amaru contestó: -Aquà no hay más cómplices que tú y yo. Tú por opresor y yo por libertador, merecemos la muerte.
Fue condenado a morir descuartizado. Lo ataron a cuatro caballos, brazos y piernas en cruz, y no se partió. Las espuelas desgarraban los vientres de los caballos, que en vano pujaban, y no se partió.
Hubo que recurrir al hacha del verdugo.
Era un mediodÃa de sol feroz, tiempo de larga sequÃa en el valle del Cuzco, pero el cielo fue negro de pronto y se rompió y descargó una lluvia de esas que ahogan al mundo.