La nigérrima y fresca sombra de aquellos longevos cipreses, alineados en ringleras sempiternas de verdor, ofrecía un deseado alivio, bajo el abrasador sol de mediodía, -tórrido y canicular-, que aquella mañana iluminaba con severa intensidad, los ondulados alcores y colinas de la Toscana Italiana.
El invisible céfiro racheado, acariciaba sedosamente nuestra tez, mientras la mirada se perdía en el sinuoso, dicróico, y edáfico horizonte; donde convergían el melancólico y vetusto color (...)