Cuando Carlos Zamora Rodríguez publicó en 1991 el poemario Fábula del cántaro roto, una nueva voz se sumaba al coro polifónico de la poesía insular que va nombrando, otra vez, a un sitio que muchos llaman Cuba. Diez años después apareció Estación de las sombras y, aunque había mucho de uno en otro libro, el poeta era ya el encuentro consigo mismo en la poesía, singular y siempre poético, humano y soñador por excelencia. Diez años es mucho tiempo y esa década está signada para los cubanos (...)