Con el sofoco que estamos pasando en estos momentos no sé ya qué quitarme de encima, puesto que la piel la necesito para, entre otras exigencias biológicas y las demás, placenteras, dejarme acariciar por la brisa matutina y sentir de vez en cuando el mimo de alguna elocuente mano femenina. Porque esto de los calores es un fastidio que sólo conocen bien las menopáusicas y los clérigos cuando están en el confesonario atendiendo las demandas de perdón de alguna ardiente feligresa (...)