Me llegó la noticia como un viento helado. El hilo del teléfono fue cómplice y mensajero de lo que ya temía y, tristemente, esperaba. Sólo unas horas antes había estrechado por última vez esa mano tuya amiga, maestra del trazo y repartidora del color, capaz de llevar en volandas tu genio creativo hasta la tela o el papel. Estreché tu mano, sí, pero los ojos, esos ojos tuyos en los que desde siempre habían anidado el color y la luz se habían cerrado para siempre. Ya sólo miraban los (...)