CAPERUCITA
El sol quemaba. Los cuerpos se derretÃan. El estar a remojo todo el dÃa en la piscina o en la playa era la única solución para no morir de calor. La vida avanzaba con dificultad. Cualquier gesto, cualquier movimiento era agotador. Sonó el teléfono y Caperucita (asà la llamaban todos por su afán en llevar gorras deportivas) descolgó. Era otra vez la pesada de su abuela. Siempre le faltaba algo y a Caperucita le tocaba desplazarse para llevarle el pan, el agua o la (...)